martes, 10 de noviembre de 2009

UNA CIUDAD CON DUENDE


Despiertas por la mañana con el sonido lejano de una obra más, con el ruido del tráfico, y con el barullo general de las 10 de la mañana en una gran ciudad. No, no es una ciudad muy grande, y a simple vista bastante normal, pero está llena de grandeza porque cada mínimo detalle de ella es capaz de hacerte rebosar el alma. Es su olor a mar y a pescaito frito, es ese cielo azul, ese viento de levante, esos rincones del casco antiguo, la catedral, la alameda. Son los paseos por el paseo marítimo, las “pechás” de andar por la avenida, la tapita y el vinito o la cervecita en uno de los muchos bares. Son sus calles estrechas y las antenas antiguas en las azoteas. Es el atardecer contemplado desde la Caleta.

Es su gente. Es ese hombre del ascensor que te da los buenos días con una sonrisa, o el del bar-charcutería que te hace una broma cuando le vas a pagar. Son esas señoras que llevan un carrito de bebé y que te explican que la oficina del INEM está recto palante, y también ese muchacho del banco que fue al instituto contigo y que cada dos frases dice "hija". No conoces a nadie, e incluso puede que ni seas ni vivas aquí, pero te sientes parte del todo.

Ni con un millón de palabras podría yo explicar lo maravilloso de esta ciudad, por eso tiene tanto duende, tanto arte. Simplemente me hace feliz.

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